Siempre resulta intrigante el propósito de Platón de expulsar a los poetas del Estado. Tan luego él, uno de los más fecundos creadores de mitos y alegorías. Sin embargo es así, aunque no queden demasiado claras las razones a pesar de que se ha tomado el trabajo de explicarlas.
Pareciera que su desconfianza es porque los poetas no son razonables (y es cierto, no lo son: al menos no del todo), o por la propensión que tienen a mentir («el poeta es un fingidor»: ¡salud, maestro!), o quizás, como también está dicho, quiere aplicar esa «áspera medicina» a quienes pueden producir lo que no pueden explicar (y esto también es rabiosamente cierto).
Montaigne, el mismísimo Montaigne, juega una carta a favor de los poetas cuando dice que Platón era un «poeta deshilvanado»; de modo que mucho antes de que irrumpiera Freud ya se enunció una razón bastante freudiana: se trataría de alguien de la tribu que, mutatis mutandi, opinaba que las uvas están verdes.
Puede ser, todo puede ser, pero pasados los más de veinte siglos desde entonces, y viendo que Platón y sus ideas siguen siendo incansables, lo que me parece claro es que, diga lo que diga, a Platón hay que escucharlo. Por eso yo he adoptado un juego privado, de lector tan maniático como cualquiera, que consiste en preguntarme cuando estoy ante un poeta (o más seriamente ante su obra): «¿Platón lo expulsaría?». Si la respuesta es «sí», todo está bien y la lectura continúa estimulada y feliz; pero si la respuesta es «no», es posible que termine expulsándolo yo: de ninguna República, por supuesto, sino de mi ámbito más íntimo, secreto, que es el de mi interés como lector. Y en esto puedo ser, como todos, más implacable que Platón, con el terrible poder de cerrar un libro y no abrirlo más. Sé de sobra que «con la vara que midas serás medido», así que debo esperar reciprocidades, pero el juicio implacable es tan inevitable que no vale la pena cambiar de costumbres por eso.
Ahora me ha tocado leer Plano secuencia, selección que Fernando G. Toledo nos acerca de sus propios poemas, y lógicamente no he hecho ninguna excepción: me hice esa pregunta abstracta sobre el posible destierro de Toledo, y la respuesta ha llegado cargada de razones. Leo, por ejemplo:
«Una muerte para cada cadáver
Una correspondencia para cada sueño
Tus relojes están llenos»
«Un cuerpo se desnuda y rescata su forma»
«Levantas el papel que nadie ha escrito
y una esquirla de presente te alcanza»
«La suerte presenta la renuncia»
«Es lo que tengo Lo demás se ha ido»
«Este poema va a ser corregido
por el siguiente»
Cito fragmentos porque no es posible copiar ahora poemas enteros; y lo que queda evidente es que en ellos se ocultan motivos fuertes. El repaso de esta obra muestra un destino en ejecución, alguien que calibra ideas, palabras, propenso al endecasílabo y también a que se note poco, que se instala en la incertidumbre, y que camina con los dos pies de la cultura: conocimiento del pasado (he encontrado varios saludos, unos evidentes y otros secretos), y construcción de lo que está viniendo, que es la parte del futuro que nos toca y que Toledo transforma en innovación. Estoy diciendo, para seguir con la alegoría, que Platón lo desterraría.
Sería expulsado por buenas razones, y estaría en buena compañía: no hay que olvidar que a Toledo lo acompañarían Homero, Hesíodo, Píndaro, Ovidio y Eurípides. Nada mal para una temporada fuera de casa.
Santiago Sylvester
Plano secuencia
Antología poética 1998-2018
Fernando G. Toledo
Colección El Pez Náufrago
Buenos Aires, Ediciones Del Dock, 2018. 109 páginas.
Diseño de tapa: Bernardo Cornejo.